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Los reyes de la baraja

Por 2 de octubre de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Los narcotraficantes entran en las novelas como héroes perniciosos, pero héroes al fin y al cabo. Héroes con dinero y poder, a veces superior al poder institucional, violadores de la ley y a la vez benefactores de los pobres, extravagantes como todo nuevo rico, cargados ellos y sus mujeres de kilos de joyas en el cuello y en las muñecas, los fusiles Kalashinikov, bañados en oro de 24 quilates y sus pistolas automáticas, también doradas, incrustadas de rubíes y diamantes, lo mismo que se sientan en retretes de oro macizo.
Un día, le digo a Elmer Mendoza, deberíamos visitar juntos el museo que el ministerio de Defensa ha instalado en la ciudad de México, y que no está abierto al público, y ya me avisará cuando haya obtenido el permiso. Allí se exhibe en vitrinas toda la parafernalia que acompaña a los mandamases de la droga, una muestra de cómo han llegado a crear su propia cultura, ahora arraigada en México como antes en Colombia: el modelo del narcotraficante extravagante fue Pablo Escobar, adornado a la vez de crueldad y de munificencia.
Hay una narcocultura, sin duda. La crueldad ritual, brutal o refinada, símbolos, códigos, ritos, la abundancia y el despilfarro, el mal gusto y la exageración; y es, sobre todo, una cultura de poder donde las vidas humanas pierden relieve como tales y todos quienes caen en el cono de sombra de los barones de la droga se vuelven peones en el tablero, y morirán o sobrevivirán según convenga o no a los intereses de su poder despiadado al que sobran tentáculos.
Y despiertan en los más pobres, entre los que reclutan sus sicarios, la esperanza de enriquecerse de la noche a la mañana, o de mejorar sus vidas, oportunidad que sólo ellos pueden depararles; así entran en la leyenda popular, en los corridos donde se cantan sus hazañas, en las telenovelas, y por qué no, en las novelas, algunas convertidas a telenovelas como La reina del sur de Arturo Pérez Reverte. Porque la novela de narcos para eso está, para contar todo lo que el narcotráfico tiene que ver con el poder y con la muerte, la corrupción de las autoridades y su impotencia, el sometimiento y el envilecimiento, la compra de voluntades y complicidades, y trata de hablar desde las entrañas de los carteles, allí donde las fronteras entre el bien y el mal dejan de existir.
La novela del narcotráfico ha crecido como una espuma sanguinolenta y hoy en día, en México, florece mejor en las tierras del norte donde señorean los capos, desde Sinaloa a Chihuahua. Es por eso que hablaba antes de Elmer Mendoza, quien ha convertido a Culiacán en el escenario de acción del certero personaje de sus novelas, el zurdo Mendieta, un policía melancólico que se ocupa poco de la ética porque no le ayuda a sobrevivir, metido en una selva de corrupción y de crimen, y viene a resultar en el habitante de dos mundos, el de la indefensa ley que representa, y el de la maraña delictiva de los traficantes, valiéndose a veces del auxilio de los narcos para resolver sus casos.
Pero Elmer no ha encontrado solamente un personaje duradero para su zaga de novelas, Balas de plata, La prueba del ácido, Nombre de perro, entre otras, sino también un lenguaje cortante, perspicaz, ingenioso y económico porque no tiene desperdicio, un lenguaje que destila humor negro, implacable, y que no deja nunca de ser atractivo porque sublima el habla popular, que es la de los narcos y policías.
Nos encontramos la última vez en Medellín, y mientras desayunábamos en el hotel con Oscar Collazos, sonó en la distancia el estallido de unos cohetes. Fiesta de un santo patrono, dije yo. No, han coronado, dice Oscar. Cuando un embarque de droga logra llegar a su destino en Estados Unidos, es que los narcos han coronado, y suenan los cohetes celebrándolo. Hay que apuntarlo, me digo. Cosas así van a dar siempre a las novelas.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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