
Sergio Ramírez
Otra vez los jueces de la avena Quaker sientan en el banquillo de los acusados a un reo de lesa moral, el ex senador John Edwards, precandidato del partido Demócrata en las recién pasadas elecciones primarias que terminó por ganar Barack Obama. Digo los jueces de la avena Quaker, por el cuáquero que aparece en el membrete de la lata, vestido a la usanza de aquellos puritanos de atuendos oscuros y sombreros aludos que se encargaban de vigilar que el pecado no contaminara a los justos. Ninguna clase de pecado, ni los consabidos pecados mortales que merecen siempre el fuego del infierno, ni los veniales, aunque se tratara de pensamientos que nunca llegaran a resolverse en la acción, como eso de mirar con codicia al hombre o la mujer ajena, ya no se diga imaginarlos desnudos.
John Edwards, con cara de galán de cine un tanto envejecido, ha tenido que comparecer ante las cámaras de la ABC News para confesar sus culpas sexuales, y tratar de expiarlas ante el santo tribunal de la opinión pública. Su delito consiste en haberse liado en un amorío con una dama cuarentona llamada Rielle Hunter, a la que contrató para su equipo de propaganda como realizadora de un documental de campaña. Y para defenderse de sus jueces, el reo declara que nunca estuvo enamorado de ella, y que tampoco es el padre de una criatura a la que Rielle dio a luz en fechas que lucen concordantes.