Sergio Ramírez
Supe en Lima la muerte de Jesús de Polanco, y me dieron la noticia en medio del barullo sostenido de la Feria del Libro, entre los libros del stand de Santillana, y fue como si su voz multiplicada me hablara desde todas aquellas portadas que eran una muestra de la obra de su vida. Después, cuando subí al estrado en el ritual de presentaciones de libros que toca cumplir en las ferias, para hablar de mi Reino Animal, no quise al final despedirme del público en la sala sin hablar de él, no como empresario, sino como humanista, que es como yo voy a recordarlo en adelante. Alguien que halló en los libros, como forma de expresión de la cultura, su manera de ser en el mundo, y su manera de trascender, más allá de las vicisitudes y las glorias y los premios y castigo del dinero.
Porque su obra es una empresa humanista. No sé. Jesús de Polanco pudo haberse dedicado a fabricar coches, o bicicletas, o pastillas para la tos, con lo que nunca nos hubiéramos hallado en esta vida, pero eligió oficiar en mi universo, el de los libros. Primero los libros de texto, libros para la educación, y luego los libros literarios, y después los periódicos y los medios de comunicación, con lo que siguió siendo en cada estancia de ésas siendo humanista. La democracia, como la literatura, es un valor humanista, y la historia moderna de España, y la historia de la conquista de la democracia en España, no se explicarían sin El País, sólo para empezar. Y tampoco la literatura hispanoamericana contemporánea se explicaría sin Alfaguara, familias ambas a las que llevo ya buenos años de pertenecer como columnista, y como autor.
Y también a esta familia de la Oficina del Autor, y a la de El Boomerang, que han nacido bajo el mismo patronazgo humanista, que es decir el mismo empeño, la misma inspiración y el mismo aliento creador.