Sergio Ramírez
Desde esa necesidad que no tiene sustitutos, es que se escribe. Se la tiene o no se la tiene. Es un don, un regalo. La camisa de mil puntas cruentas que decía Rubén; se sufre con ella puesta, pero uno no se la quitará nunca de encima. Un regalo del cielo, y también un regalo del infierno, que te da la facultad extraordinaria de ver lo que otros no ven, registrar los detalles más nimios que en la composición de la página resultarán de extremada importancia; y regalo del cielo y del infierno será también la curiosidad insaciable que te llevará a las infidelidades, leer las cartas mal puestas, escuchar lo que no debes para utilizarlo después en tu beneficio, es decir, en beneficio de la escritura de invención, junto con las historias de familia fielmente guardadas que de ninguna manera respetarás. Por eso es peligroso contarle secretos a un escritor, porque las confidencias irán a terminar en un cuento, o en una novela. La ética de la escritura es aprovecharlo todo, un oficio ajeno al desperdicio.
Los temas de la literatura se cuentan con los dedos de una mano: amor, locura, muerte, poder. El poder, que es ya una locura en sí mismo. Si lady Macbeth hubiera sido una esposa sosegada, capaz de hacer feliz a su marido y envejecer en paz con él, no existiría en la literatura. Existe porque convirtió la ambición de poder en crimen. Por eso mismo no hay novelas ni sobre la política, ni sobre la historia, ni sobre el paisaje. Hay novelas sobre los seres humanos y sus conflictos, sobre los amores infelices, sobre las pasiones desbordadas, sobre las ambiciones que no tienen cura. La codicia, el deseo.