Sergio Ramírez
Igual que Kadafi, los Ceausescu trataron de huir, pero fueron capturados por el mismo ejército que antes les rendía pleitesía, y poco después serían llevados al paredón de fusilamiento. Fue ella la que más tardó en despertar, o no logró nunca despertar del todo, porque aún antes de que sonaran los balazos que iban a quitarles la vida quiso dar órdenes a los militares a cargo de la ejecución. La fidelidad para siempre del ejército, la policía, los partidarios, las masas, es parte del mismo sueño. Está allí, parece real, pero un día se desvanece. Humo, nada.
Los ejemplos abundan, pero no quiero omitir el del general Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía que mandó en Nicaragua por casi medio siglo, en base a la filosofía personal que el dictador resumía de manera muy simple: "plomo para los enemigos, plata para los amigos, y palo para los indiferentes". El 21 de septiembre de 1956, mientras asistía a una fiesta en su honor en la ciudad de León, el mismo día en que había sido proclamado, otra vez, candidato presidencial, el joven poeta Rigoberto López Pérez se acercó a la mesa de honor que presidía al lado de su esposa, Salvadora Debayle, sacó un revólver, y le disparó toda la carga.
Las palabras de Somoza, al sentirse herido, fruto de su incredulidad y de su asombro, fueron: "¡Imbécil! ¿Qué has hecho?". No era posible que fuera cierto. "¿Qué pasa? ¿qué pasa?". Todo aquello estaba ocurriendo fuera de su sueño de poder eterno. Unos balazos, un individuo anónimo salido de la nada, lo estaban despertando a la fuerza. Aquel revólver era real, pero no podía ser real. A lo largo de la historia, todos los espejos engañosos del poder saltan siempre en añicos.