
Sergio Ramírez
Los viejos fantasmas de nuestra realidad latinoamericana traspasan las fronteras de Estados Unidos como tantos otros clandestinos, escondidos en los genes, o en el equipaje de los emigrantes que un día serán escritores de primera línea. Fantasmas mojados, que no se dejan quitar de en medio.
En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, el Generalísimo Trujillo y toda su cohorte de personajes siniestros, de su hijo Ramfis al playboy Porfirio Ruborosa, acompañan a la novela en notas de pie, mientras tanto la narración discurre en un inglés salpicado a cada paso de español del Caribe, que es el mismo español de los inmigrantes de Nueva Jersey, adonde el novelista recaló de niño con sus padres. Si es dueño de dos mundos, también es dueño de dos lenguas, una lengua hendida, viva y despierta.
Daniel Alarcón, en cambio, recaló a los 3 años con sus padres en Alabama. En Radio Ciudad Perdida, un niño desamparado que viene a la capital desde lo hondo de la sierra, se presenta delante de la conductora de un programa de radio con la lista de desaparecidos de su pueblo arrasado por la violencia ciega. Matan sin piedad los alzados en armas, y también mata sin piedad el ejército que reprime. No hay una línea de la novela que diga que se trata del Perú, pero es el Perú, o cualquier otro país de Latinoamérica poseído por sus fantasmas, o por sus maldiciones, el fukú dominicano de la novela de Junot Díaz, herencia de los esclavos africanos, del que no pueden librarse sus personajes. Ni tampoco de la violencia, personaje que ejerce su propia soberanía.