Sergio Ramírez
Chile, Costa Rica y Uruguay tienen niveles de pobreza inferiores al veinte por ciento de la población, y Brasil se propone reducirla sus actuales cifras a la mitad para dentro de dos años. En cambio la mitad de la población en Haití, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Guatemala y Paraguay sigue siendo muy pobre, y la violencia es la peor de las consecuencias de la miseria no sólo en estos países marginales, sino también en Venezuela, donde la dilapidación de la riqueza del petróleo genera violencia, lo mismo que en México la pobreza estructural se suma al auge de los carteles del narcotráfico dejando cada año miles de muertos. Y es la violencia, y la estructura feudal del país, lo que convierte a Guatemala en un estado que camina con muletas, su sistema judicial intervenido por las Naciones Unidas.
La modernidad de América Latina, lo mismo que su prosperidad, sólo serán posibles si se logra dejar atrás los modelos personalistas para que las instituciones arraiguen de manera firme. La pobreza y la desigualdad, y lo mismo la marginalidad provocada por los dramáticos déficits de la educación que no llega a todos, y tampoco es de calidad, son el caldo de cultivo del caudillismo, un mal que nos persigue desde el fondo oscuro de la historia.
La tentación china que viene de lejos estando tan cerca.