Sergio Ramírez
En las carpas del sheriff Joe, donde llega a meter en cada una hasta dos mil prisioneros, y sobre las que ejerce plena soberanía, también está prohibido tomar café, o ponerle sal o pimienta a la comida. Es un régimen puritano, y sobre todo cruel, donde los prisioneros no se rehabilitan, sino que deben sufrir un castigo verdadero, tan duro y desagradable que quien lo experimente no tenga ganas de volver a delinquir jamás.
Estas medidas que llevan la dureza policíaca hasta la ignominia, y que incluyen la transmisión en vivo por un canal de televisión del momento en que los prisioneros son fichados al momento de su ingreso a la cárcel, sin que se les haya probado hasta entonces ningún delito, nunca han contribuido a disminuir los delitos en Phoenix, sino que más bien aumentan, pero este fracaso continuado no quita popularidad al sheriff Joe, que sigue siendo visto como el John Wayne de las películas, en lucha a brazo abierto contra el crimen. Y los peores criminales son hoy en día los inmigrantes.
Un personaje de historieta cómica, o de película del oeste, que alimenta la imaginación furibunda de los red neck, sus conciudadanos de pescuezo rojo que aplauden a rabiar el uso de sus métodos contra los latinos, ahora redoblados en sus alardes de dureza. Una popularidad que crece, en vez de empeorar, después de haberse alzado en desafío a la resolución de la jueza federal Susan Bolton, que ha ordenado dejar sin efecto partes sustanciales de la ley SB 1070, lo que impide al sheriff Joe detener o interrogar inmigrantes indocumentados, pero de lo que no hace ningún caso.
Como en los tiempos del lejano oeste, él sigue siendo la ley. El más duro entre los duros de los guardianes de la supremacía blanca.