Sergio Ramírez
Hubo en estas elecciones doce mil Juntas Receptoras de Votos, y en cerca de cuatro mil de ellas el partido oficial se quedó solo contando los votos a su gusto. Donde no había ni un solo fiscal de la oposición, el votante se enfrentaba a los directivos de la mesa electoral que son del partido oficial, o afines a él; a los fiscales del partido oficial, a los policías electorales nombrados por el Ministerio de Gobernación, es decir, por el partido oficial. Y en todas las demás estructuras, de abajo hacia arriba, estaba el partido oficial con sus mi manos y sus mil rostros, hasta llegar al Consejo Supremo Electoral, integrado todo por magistrados del partido oficial, o fieles al partido oficial.
Toda una maquinaria teatral donde actores y actrices principales y secundarios, tramoyistas, teloneros, apuntadores, guionistas, libretistas, pertenecen sin excepción al partido oficial. Una gran puesta en escena. Una gran farsa.
De esta manera, el comandante Daniel Ortega, cuya candidatura era ya de todas maneras ilegal porque la reelección está prohibida por la Constitución, aparece ganando, según los resultados oficiales, por más del sesenta por ciento de los votos, y por más de setenta por ciento en Managua. Camino a la unanimidad que alcanzará en el futuro.
Porque al partido oficial, en las mismas elecciones, le ha sido adjudicado un número abultado de diputados, suficientes para cambiar la Constitución Política, establecer la reelección sin plazo ni medida, y darnos un régimen político de democracia directa, regido por los Comités de Poder Ciudadano, viejo y obsoleto sueño que ahora va a tomar cuerpo.
¿Ganó el comandante Daniel Ortega estas elecciones? ¿Cuánto votos sacó de verdad? ¿Cuántos votos sacó de verdad el candidato que se le oponía, Fabio Gadea Mantilla? Parece que ya nunca podremos saberlo.
Al final de la función, los reflectores caen sobre la figura del hombre solitario que cuenta los votos sentado en el piso después de vaciar la urna con la que ha huido a la carrera.