Sergio Ramírez
Mientras permaneció en el hotel, la comida única de Hughes fue la sopa Campbell en latas, la misma que Andy Warhol inmortalizó en sus cuadros, el gran símbolo del arte pop. Hughes tenía un buen cargamento de sopas a su disposición, y el único trabajo del chef que viajaba con él a todas partes, era calentar cada vez la sopa. Y la pasaba no con vino, sino con agua mineral, de la que también tenía cargamentos.
A punta de sopas Campbell se había quedado en los puros huesos, poseído por la locura, que es a lo que lleva el hastío del dinero a quienes lo tienen todo. Recuerden mientras tanto el uso que se le dio a esta gruesa y verdosa sopa enlatada en la película El Exorcista.
De aquel encierro lo sacaron con gran prisa cuando el edificio empezó a ser sacudido por el terremoto de la madrugada del 23 de diciembre de 1972, de vuelta a la camilla, de vuelta a la ambulancia, y a su avión que no tardó en despegar, mientras abajo la ciudad despanzurrada empezaba a incendiarse y miles de muertos quedaban enterrados bajo los escombros.
Nunca más volvió a Nicaragua, a la que debió recordar con horror hasta el fin de sus días. Anoto que en el restaurante del viejo hotel se ofrecen a veces suntuosos menús a la Howard Hughes. Triste ironía, un festival gastronómico en memoria de un maniático sin paladar.