Sergio Ramírez
Buscaba yo en mis años de aprendizaje referencias literarias y también referencias morales, porque de alguna parte había aprendido que el escritor debía estar hecho de esa doble sustancia, letra más ética, lo que entonces se llamaba compromiso. No había literatura sin posiciones críticas o contestatarias, algo que llegó a afirmarse para mí de manera indeleble a consecuencia de la masacre de estudiantes de Tlatelolco en 1968, cuando Monsivais fue parte esencial de esa toma de posición crítica frente a la barbarie oficial, y contra el cinismo, que llegó a definir a toda una generación de mexicanos, y de latinoamericanos.
La literatura, vista de esta manera, nunca podía tener una pretensión de inocencia, y si no tenía garras y dientes era una literatura mentirosa y conformista. Esas fueron mis lecciones de aquellos tiempos. Y Monsivais, sin haberse apuntado a la literatura de invención, y habiendo llegado a ser bien pronto el cronista de prosa privilegiada que siguió siendo con creces hasta su muerte, fue capaz de convertirse en el mejor novelista de la realidad diaria, sin trastocar los relieves de esa realidad suya de todos los días que poco necesitaba de retoques para parecer tan imaginativa.
Un cronista minucioso, una de cuyas mejores habilidades fue la de despojar de color local a todo lo que acontece en México, y hacer que esos acontecimientos, pasados por el tamiz de su ingenio, pudieran ser leídos a título ejemplar. Escritura edificante la suya, de inconmovibles propiedades morales, que siempre tuvo algo que enseñar, con la boca llena de risa contenida, y que supo desnudar a quienes se esconden tras sus vanas vestiduras, revelando lo que en verdad hacen y lo que en verdad dicen, no importan los disfraces, porque la banalidad y la falta de recato tienen también esta mala calidad doble, la de los hechos fementidos, y las palabras fementidas.
Riéndose de su propia gloria, Monsivais, velado de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, honor solamente concedido a los escogidos del parnaso mexicano, entra en la galería de los ilustres cincelados en mármol, y los laureles estarán siempre verdes en sus sienes. Bronce corintio y mármol de Jonia. Que púberes canéforas le brinden el acanto…y que nunca deje de reír en el Olimpo.