
Sergio Ramírez
La guerra de la basura se declaró entre los fantasmas escuálidos que buscan los tesoros diarios en aquel paisaje de infierno, no importa que se contaminen de enfermedades de la piel y de los ojos, males intestinales y de la sangre, y que sus pulmones se sofocan con el humo tóxico de las quemas; y los recogedores que van de acera en acera, desnudos de la cintura para arriba en el calor sofocante de Managua, levantando los tachos para verterlos en las fauces malolientes de las culatas de los camiones, que revuelven los desperdicios antes de tragárselos, una operación que hacen a mano pelada, despreciando los guantes.
Hubo asesores jurídicos, mediadores, presiones sindicales, largas sesiones entre los representantes de las partes. Y al fin fue alcanzado un acuerdo, debidamente firmado como un verdadero tratado de paz. Las partes se comprometieron a repartir el tesoro. Los operarios de los camiones recolectores se quedarán con los desechos de papel, cartón, aluminio, cobre y bronce, y los habitantes de La Chureca deberán conformarse con los envases de plástico y las botellas de vidrio.
Los camiones entran de nuevo a La Chureca con su carga ya diezmada, y la tropa de fantasmas esculca afanosa entre los cerros de basura en busca de lo que queda. Las minas del rey Salomón, quedan así paz.