
Sergio Ramírez
Pero no eran palabras de un decorado retórico las que Lévy escuchó con desdén, sino un detonante, cuando pocos pensaban en Obama para presidente. Y su virtud ecuménica se halla otra vez en el formidable, y ya célebre discurso sobre la raza que pronunció en Filadelfia el 18 de marzo del 2008, para salir al paso de las incendiarias declaraciones del pastor negro de su propia iglesia, el reverendo Jeremiah Wright, que amenazaban con hundir su campaña para ganar las primarias. Otra clase de racismo, el racismo negro, que asustaba a los potenciales votantes blancos.
Obama no eludió entonces el tema de la discriminación y de la desigualdad racial de que históricamente han sido víctimas los negros en los Estados Unidos, pero desmintió que se tratara de una cadena perpetua, y dijo que en la dinámica de los nuevos tiempos, si el cambio debería venir para los negros, también debería venir para los demás grupos raciales en Estados Unidos; otra vez, y siempre, la respuesta ecuménica que no olvida la naturaleza de un país de múltiples procedencias:
"Podemos tener diferentes historias, pero tenemos esperanzas comunes; podemos lucir diferentes, y podemos venir de lugares diferentes, pero todos queremos avanzar en la misma dirección". Hablaba no desde una ausencia de identidad, como lo juzgó Lévy, sino desde la identidad de todos.