
Sergio Ramírez
Álvaro Colom, un ingeniero industrial de convicciones y aspecto que no tienen nada de vengador justiciero, y que semeja más bien a un profesor universitario con el que sus alumnos se comunicarían sin dificultad, planteó durante su campaña el asunto de la violencia que asola a Guatemala como algo profundamente soterrado en la situación de miseria y atraso institucional, que tiene mucho que ver con la ineficacia de la justicia, en la que la gente común no cree, con la corrupción policial, y a la vez con la pobreza crónica, el desempleo y la falta de oportunidades.
Que la gente en los barrios y en las aldeas no cree en la justicia, se ve en la frecuencia con que se producen linchamientos, no sólo contra los cobradores de protección de la mafia, y ladrones cogidos in fraganti, sino también contra personas acusadas de robar niños, otra de las industrias criminales más florecientes del país. Que la policía está corrompida, y penetrada por el narcotráfico, lo demuestra el caso de los diputados al Parlamento Centroamericano, del partido de derecha ARENA de El Salvador, secuestrados en una carretera y luego asesinados por agentes de la policía al servicio de los carteles de la droga.
Por eso el discurso de la mano dura del general Pérez Molina conquistó a pocos menos de la mitad de la población en la segunda vuelta electoral, y tuvo votos sobre todo en la ciudad de Guatemala. Colom ganó gracias al voto rural.