Sergio Ramírez
De alguna manera, todo venimos a ser hijos de Walt Disney. Según un reporte de The New York Times, el Instituto Disney, una división de Walt Disney Company, ha creado con gran éxito un nuevo sistema de gestión de negocios, cuya estrategia es hacer que las empresas se acerquen a sus clientes como si todo el mundo viviera bajo el canon cultural de Disney World, dentro del castillo de las Bella Durmiente. La fantasía eficaz al servicio de las ventas. Una cadena de hospitales pediátricos de la Florida contrató a los expertos de Disney y ahora los niños son recibidos en las salas de espera por un actor disfrazado en traje de safari que toca el ukelele. Pronto veremos a los siete enanos atendiendo las gasolineras.
El traje de safari es el de los cazadores de elefantes en África, que veíamos en las viejas películas de Tarzán, y el ukelele es un instrumento musical de los mares del sur. ¿Pero qué importa? Nadie está reclamando congruencias, sino ilusiones comerciales. Disney es una compañía global, con parques de atracciones en lugares de culturas tan distantes y diferentes como París o Tokio, y el estilo Disney es ya parte de nuestras vidas. El ratón Mickey y el Pato Donald, íconos de niños y adultos, son tan atractivos como para haber provocado la salida clandestina de Corea del Norte, el país más aséptico del mundo, de Kim Jong-nam, hijo mayor del entonces líder supremo, Kim Jong-Il. La ambición de su vida, desde niño, era conocer Disney World, y tenía uno a la mano en Tokio, desliz que contribuyó a que fuera desheredado del trono después de ser capturado al intentar ingresar a Japón con un pasaporte falso.