
Sergio Ramírez
La moral puritana de doble fondo, o de doble cara, no tolera matices ni colores a la hora de examinar la naturaleza del pecado, y anula la distancia entre los viejos pecados capitales y los numerosos pecados veniales, porque todo viene a ser crimen punible, aún las tentaciones no consumadas. Se peca con el pensamiento, con la intención, y el peor de todos los pecados es el que proviene del deseo. El gusto es pecado, no sólo la gula, sino el placer de comer, ya no se digan todos los pecados relacionados con el cuerpo, aún su contemplación. Y si ver, sentir, oler, es pecado, qué no será el ayuntamiento carnal que rompe con la santidad instituida del matrimonio.
Y el ciudadano al que le es confiado un cargo público, así sea de de pacífico cobrador de impuesto, se convierte automáticamente en custodio de esa moral cerrada que debe proteger con sus propias acciones. Ya se sabe, mientras no se sepa; y en esto no hay diferencias entre demócratas y republicanos, ni entre conservadores ultramontanos y liberales, como se llama en Estados Unidos a los progres. Al gobernador Elliot Spitzer lo empujó hacia las manos de sus verdugos el propio New York Times, el adalid de las causas liberales, y esos verdugos eran los miembros republicanos de la legislatura estatal, que le exigieron renunciar bajo la amenaza de promover un impichment, que lo hubiera llevado de todos modos a la destitución de su cargo. A la hora de alimentar al monstruo, todos se convierten en sus servidores, y adoradores.