Sergio Ramírez
Más tarde, las dragas comenzaron a alzarse y luego a oxidarse sin remedio en el estuario del puerto de San Juan del Norte ─Greytown para los ingleses que querían para ellos ese territorio─, la puerta del canal desde el mar Caribe, y una ciudad de alucinaciones se alzó entonces allí como el decorado de aquel sueño perverso, palacios de columnas dóricas y pisos de mármol, un tranvía, hoteles con barandas floridas, lupanares regentados por madamas francesas, cementerios para irlandeses, judíos, alemanes, de los que hoy sólo quedan las lápidas rotas entre la hierba crecida.