
Sergio Ramírez
¿Por qué es tan codiciado el coltán, el nuevo fantasma de una guerra africana que ya deja decenas de miles de refugiados, y amenaza con convertirse en una nueva gran matanza, frente a la impotencia de las tropas de las Naciones Unidas? Porque tiene una importancia esencial en la fabricación de los instrumentos de uso cotidiano en el mundo global: los teléfonos móviles que siempre tenemos en la mano, las computadoras en las que a diario tecleamos, los videojuegos en que nuestros niños se absorben hasta el hipnotismo en casa, los implantes de órganos que han revolucionado la medicina, y también, las armas inteligentes, las naves del espacio, la levitación magnética, y decenas de artilugios más, colocados en la frontera de lo real con la ciencia ficción.
Un fantasma como hay pocos, porque el coltán se presta de manera perfecta a la superconductividad; soporta temperaturas de infierno, por lo que es ultrarrefractario, y es capaz de guardar cargas eléctricas para liberarlas en el momento adecuado; y es, además, anticorrosivo, un perfecto componente para usos en el espacio sideral, plataformas y naves espaciales.
Maldición de fantasma, hallarse alojado en yacimientos del Congo, Ruanda o Etiopía, donde duerme escondido hasta que alguien viene a descubrirlo y adquiere entonces una propiedad fatal que no aparece enlistada como suya en los catálogos científicos: la de ser combustible, capaz de encender guerras atroces como la que hoy se vive en el Congo.