Sergio Ramírez
Las puntadas de humor, de ironía y de gracia de Julien Green en su diario de los dos años finales de su vida, me acercan más a él, como lector, que cualquier reflexión profesoral, enemigo como era de la banalidad retórica.
Oigan, por ejemplo: “En una tienda en Marsella donde se venden animales de sangre fría, peces, tortugas, etc., este anuncio: para el día de la madre, diez por ciento de rebaja en las serpientes. ¿Qué irán a ofrecer para el día del padre?”.
Este otro: “Marqués de Pubol, ése es el título nobiliario conferido a Dalí. Error, debería llamarse marqués de Carabás. Además, es más bonito, y él tiene ya los bigotes de gato”.
Otro: “las biografías, rebanadas frías de ternera”.
Y en lo que hace a verdaderas filosofías que no pierden su gracia, y no son para nada crepusculares: “El orden mundial se instala solapadamente, es por el dinero que el Big Brother se hará realidad, no será una persona, sino una entidad, y bajo sus órdenes los robots dirigirán a un pueblo sin alma. El dinero mata el alma, es el programa del demonio, en el que nadie cree porque como dice Baudelaire, su suprema habilidad consiste en hacer creer en su inexistencia…”