Sergio Ramírez
Eran ropajes importados que quisimos cortar a nuestra medida. Pero bajo los pliegues de esos
ropajes asoma siempre la cola del caudillo que impone el autoritarismo sobre la
democracia y mira con inquina las opiniones ajenas, porque no tiene adversarios
sino enemigos, y entre el adversario con derecho de hablar y escribir
libremente, y el enemigo visto como alguien proscrito y sujeto al castigo, hay
un abismo de diferencia.
En la lección inaugural de hace algunos días en la Universidad Rafael Landívar de Guatemala,
recordé una frase del discurso que el doctor Rafael Uribe y Uribe, el
revolucionario liberal colombiano exiliado entonces en Nicaragua, pronunció en
1881 en los funerales del general Máximo Jerez, liberal también,
y tan anticlerical aún para la posteridad, que su estatua, levantada en la
plaza de León, le da las espaldas a la catedral: "¿Qué hora es en
Centroamérica, preguntó la voz del cañón. Y el eco le respondió: medianoche
todavía".
La repuesta del eco rebota en reverberaciones prolongadas y nos alcanza, no sólo a Centroamérica, sino a América Latina. Medianoche todavía cuando pensamos en la ferocidad con que se reprime la libre expresión del pensamiento, un concepto básico de la
utopía liberal decimonónica. En plena postmodernidad, se ataca a los medios de
comunicación con leyes dictadas ex profeso y sentencias judiciales cortadas a
la medida; se busca asfixiarlos, se cancelan, o se amenaza con cancelar las licencias
de las estaciones de radio y televisión, se encarcela a los periodistas, se les
obliga al exilio, y se crea un ambiente de miedo ante la represión oficial que
busca imponer el silencio.