Sergio Ramírez
Se dice, se habla, y se discute de todo en la inmensa Red que nos cubre desde el espacio con su tejido de hilos sutiles, millones de ideas y piezas de información que bajan diariamente desde las alturas, todo lo que cabe en un tráfico multitudinario diverso, contradictorio, creativo, y por tanto, libre, una fragua constante del pensamiento que no se apaga nunca. Jamás hubo tantas posibilidades de expresar iniciativas personales, exponerlas, o discutirlas con otros, superponer el pensamiento propio al ajeno. Pero por eso mismo, ya están allí los censores enviados por el Big Brother.
La ley Patriótica aprobada en Estados Unidos tras los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001, autoriza la invasión de la privacidad de los cibernautas y sus espacios de comunicación, no sólo en el territorio nacional, sino en todo el mundo, bajo razones de seguridad nacional que buscan prevenir los actos de terrorismo.
Por otro lado, el Consejo Nacional de Información de la República Islámica de Irán ha establecido filtros muy complejos, pero eficaces, para impedir el acceso de los navegantes a miles de sitios, como una manera de preservar la ortodoxia religiosa, e impedir la disidencia política.
En Myanmar (Birmania), la cúpula militar que reina desde hace décadas, tan consciente se halla del poder de la Internet, contrapuesto al suyo propio, que al sofocar la rebelión popular encabezada por los monjes tibetanos en las últimas semanas, mandó clausurar las comunicaciones cibernéticas, y así aisló al país del mundo.
Pero volveremos a China.