
Sergio Ramírez
La miseria no es la misma a ras de tierra, con las aguas negras corriendo sobre las calles sin pavimento y la población hacinada sin agua ni electricidad, que a 35.000 pies de altura, la alfombra mágica a propulsión a chorro volando sobre un suave colchón de espumosas nubes, el poder que vuela. A Ibiza, o Montecarlo, o Rabat. Desde Caracas, desde Managua.
Nursultán Narzalbayev, que sin ningún empacho pasó de ser el líder de Kazajistán bajo el régimen soviético, camarada de carnet, a presidente bajo las nuevas reglas capitalistas, con cuentas cifradas en Suiza, vuela en un Boeing 767 de 200 millones de dólares, para asuntos oficiales, y por supuesto de recreo. Mientras más altura se alcanza, más emperador se es. No le pesan las alas, como tampoco le pesan a su par Gurbanguly Berdimujamedov, presidente de Turkmenistán, que tiene otro Boeing 767, uno de los pocos aviones existentes en el país.
El presidente eterno de Egipto, faraón de faraones, Osni Mubarak, utiliza un Airbus A-340, su pirámide voladora. Su vecino Muamar al Gadafi, limpiado ahora de toda culpa por sus antiguos enemigos occidentales, prefiere también para sus viajes celestiales un Airbus A-340, que cuesta 200 millones de dólares que no son nada, unas horas de bombeo de petróleo.