Sergio Ramírez
Puedo ilustrar también lo antes dicho con numerosos ejemplos que provienen de las más recientes obras de los novelistas más jóvenes de América Latina, donde la anormalidad de la historia interviene de manera insoslayable, una constante que ha atravesado las fronteras del siglo veintiuno. Tiranías ilustradas, dictaduras cerriles, represión y corrupción. La mano del poder encarnando al destino que golpea las vidas privadas como sobre un tablero del que hace saltar las fichas y provoca muertes, prisiones, exilios, despojos. Esos temas siguen allí, tan letales como la mirada de la medusa; basta ver hacia atrás, o poner los ojos en el presente para quedar petrificados por la fascinación del horror.
Ya Abril rojo, a manera de una espléndida alegoría, ilustraba la violencia contemporánea en el Perú, el doble golpe del puño de la represión del ejército y del puño de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso, que cayeron con ritmo implacable sobre las vidas de miles de campesinos convertidos en víctimas de aquella doble locura represiva. Es una novela sobre el poder, y sin la presencia del poder no hay novela en América Latina. Es lo mismo que ocurre con la novela de otro peruano, aún más joven, Daniel Alarcón, Radio ciudad perdida, que vuelve al tema de esa misma doble violencia, tanto oficial como insurgente, ensañada sobre aldeas enteras en el Perú.