Sergio Ramírez
No halló Ponce de León la fuente de la eterna juventud, dice el cronista Fernández de Oviedo, y "fue muy gran burla decirlo los indios y mayor desvarío creerlo los cristianos"; y aunque anduvieron perdidos más de seis meses por pantanos desconocidos, descubrieron en cambio la península de la Florida.
Hoy en día, el mito recurrente del remedio para nunca envejecer parece tomar cuerpo de nuevo. En los centros de investigación y en los laboratorios, se trabaja de manera incansable en hallar la nueva piedra filosofal que dará vida sana y robusta por un término de mil años, según los alquimistas modernos más entusiastas.
Esta es la tarea de la fundación Strategies for Engineered Negligible Senescence (SENS), que busca articular una ingeniería genética que vuelva insignificante el envejecimiento, y sea capaz de prolongar radicalmente la longevidad. Fundada por el doctor Aubrey de Grey, un genetista británico que antes había presidido la fundación Matusalén, la SENS acaba de concluir en el Queen’s College de la Universidad de Cambridge una conferencia en la que participaron doscientos especialistas de todo el mundo en ingeniería de los tejidos, regeneración celular, biomedicina, y biogeriatría.
No se trata de buscar en algún paraje lejano una fuente de aguas providenciales, sino de un problema de ingeniería, afirma el doctor de Grey: las claves de la juventud están en identificar y catalogar los cambios moleculares y celulares que traen como consecuencias la degeneración del cuerpo y por tanto la muerte, y una vez debidamente identificados esos cambios, revertirlos. ¿Cuánto tomará llegar a alcanzar una cota de longevidad de mil años? Para algunos de los científicos ésta es una meta exagerada, y hasta fantasiosa.