
Sergio Ramírez
Bardem ha traído a los cómicos desde la penumbra del anonimato, una ralea de sombras despreciadas por los dueños del éxito fulgurante, en las tablas y en los negocios, o en la política, el éxito de quienes hablan siempre como primeras estrellas. Los cómicos ambulantes del teatro La Barraca de García Lorca, llevando el teatro por los pueblos de España durante los años efímeros de la república, subieron con Bardem al escenario del teatro Kodak. La dignidad y el orgullo del oficio representados por un actor entero, que ha podido superar esa triste barrera invisible que Hollywood ha colocado desde siempre delante de los actores hispanos, para limitarlos a papeles pintorescos en los que reina el color local. El membrete fatal del "latin lover", que encasilla y frustra cualquier pretensión de universalidad, la vieja marca comercial de Valentino, y de la que apenas pudo zafarse Raúl Juliá.
Ahora la palabra cómico tendrá un nuevo sentido, o nada más recuperará su viejo sentido, el de una dedicación en la que se pone de por medio la vida, y que podemos extender a todos los que de alguna manera suben a los escenarios, con máscara o sin ella. Actores, bailarines, recitadores, ilusionistas, y por qué no, los escritores, que juegan al malabar con las palabras, y engañan con ellas y trastocan la realidad con ellas.