
Sergio Ramírez
Unos camiones de acarreo comercial habían sido pintados apresuradamente de un verde que no correspondía al de los camiones militares verdaderos, pero allí se montaron los 25 miembros del comando, disfrazados de soldados de Somoza, y desembarcaron en las puertas del Palacio Nacional gritando que todo mundo se apartara porque venía "el hombre". A la mención de "el hombre", Somoza mismo, los centinelas que guardaban las entradas se acobardaron, y entregaron dócilmente sus fusiles. Cuando llegaron al salón de sesiones en el segundo piso, después de dominar toda resistencia, entraron disparando al techo, y los diputados y senadores de Somoza creyeron que se trataba de un golpe de estado.
García Márquez entrevistó a los jefes del comando en el cuartel Tinajita de Panamá, una vez que Somoza consistió que, a cambio de la entrega de los rehenes, salieran del país con los prisioneros políticos cuya liberación reclamaban, y su crónica queda como la mejor pieza literaria entre tantos reportajes que se hicieron entonces, cuando aquel hecho conmovió al mundo por la audacia de quienes lo ejecutaron, unos muchachos que promediaban los veinte años de edad. Somoza era el villano encerrado en su búnker, humillado por unos guerrilleros mal armados y decididos a todo, que eran en cambio los héroes, en Nicaragua y en el mundo.