Sergio Ramírez
No sé si estarán ustedes de acuerdo conmigo, pero la falla en la credibilidad de esas amenazas mortales contra los fumadores la veo en el hecho de que se hagan en el mismo paquete de cigarrillos, cuya venta sigue siendo libre. Eso de te vendo lo que te mata, o puedes comprar tu propia muerte, convence poco a los impenitentes. Cáncer, enfisema, infartos, derrames cerebrales, las siete plagas de Egipto. No importa. Si en los supermercados vendieran estricnina pura bajo la advertencia impresa en el empaque: "Este producto causa la muerte entre horribles estertores", estoy seguro de que tendría compradores.
Cualquiera pensaría que el cerco impuesto a los fumadores ya habría provocado su extinción.
Advertencias de muerte, prohibición de fumar en lugares públicos, aún leyes, como en el caso del condado de Arlington, en Virginia, que convierten en delito penado con cárcel el hecho de fumar en una calle o en un parque. Y la expulsión de la sociedad. Véanse sino los corrales de los fumadores en los aeropuertos, donde son encerrados a consumar su placer aturdidos por la densa humareda, como condenados a un círculo adicional del infierno.
¿A qué bando pertenezco? Dejé el cigarrillo por propia y libre voluntad, sin atender a coacciones ni amenazas, hace ya 15 años, y no me convertí en un fundamentalista antitabaco. Conste.