
Sergio Ramírez
En Hermano, me estoy muriendo, Edwidge Danticat tiene dos padres, Mira, el que se va a Nueva York y se gana la vida como chofer de taxi, y Joseph, el tío, pastor bautista, a cuyo lado se queda en Haití antes de emigrar por fin a Estados Unidos. Los dos, Joseph y Mira, son personajes igualmente entrañables, en sus vidas azarosas, y en sus muertes.
Pero también Edwidge tiene dos patrias, Haití, marginal y empobrecido, sometido a dictaduras, de Papa Doc Duvalier y sus tonton macutes, a su hijo Baby Doc aprendiz de brujo y tan cruel como su padre, y a golpes de estado, intervenciones militares; y los Estados Unidos que desprecia a sus inmigrantes haitianos atrapados en las férreas redes de los impedimentos migratorios, como lo prueba este relato marcado precisamente por la tragedia de la muerte del tío Joseph, víctima de la inhumana burocracia en un centro de detención de extranjeros en Miami.
Edwidge, como tantos otros inmigrantes, debe soportar en su vida la dualidad de la doble pertenencia, fantasmas que la llaman de uno y otro lado, y la única manera de exorcizarlos es escribiéndolos. Su patria al fin y al cabo, vendrá a ser su familia, la patria doble de sus dos padres, enterrados uno junto al otro en un cementerio de Brooklyn, durmiendo para siempre el sueño americano.