Sergio Ramírez
Y era tal el espejismo alucinante creado por la megalomanía del coronel, que se negaba a sí mismo como todopoderoso, declarándose ajeno a los asuntos terrenales del gobierno que dejó en manos de sus hijos; en un plano mucho más elevado, casi etéreo, era el guía espiritual no sólo de Libia, sino del mundo, a través de las enseñanzas de su Libro Verde, del que hizo imprimir millones de copias en todos los idiomas.
La ilusión del poder para siempre, que no es sino una forma de locura, desvanece la idea de la muerte y la sustituye por otra perversa, la idea de la inmortalidad. La soberbia del poder crea un juego de espejos infinitos donde la figura del caudillo se refleja hasta la eternidad, y por eso mismo, cuando la muerte se le presenta al coronel Kadafi en su último y precario refugio de la alcantarilla, uno de esos espejos se rompe, y él pregunta, asombrado, incrédulo, a quienes lo buscan para matarlo: "¿qué pasa? ¿qué pasa?".
¿Qué pasa? Es como si en ese momento despertara, saliendo del más profundo de los sueños, el sueño del poder omnímodo, que es como un abismo, y viera en todo su terrible esplendor a la realidad en la imagen de los insurrectos que lo apuntan con sus fusiles, para entonces exclamar: "¡No me maten! ¡mis hijos!". La indefensión, la impotencia son ahora los fantasmas que lo rodean, mientras los fantasmas siempre risueños del poder se desvanecen, y lo que sus oídos escuchan es el ruido de los espejos de su gloria inmortal, que van saltando, uno tras otros, en añicos.