Sergio Ramírez
Las ruletas del Malecón que giraban con un incitante cascabeleo, los rimeros de fichas sobre el mantel de hule, no lejos el Cabaret Copacabana que se alzaba sobre pilotes en las aguas del lago, y el Hipódromo vecino donde corrían los caballos de Somoza. La catedral de muros orinados, rodeada de pordioseros que acampaban en sus balaustradas. Los baldíos de la bajada de Chico Pelón donde acampaban los circos extranjeros, y se oían los rugidos de los leones hambrientos. Las campanadas de la estación y el tren que se alejaba por entre las breñas de la costa.
No hubo nada de lo que me haya perdido. De los primeros en llegar al lugar del accidente cuando cayó ante mis ojos uno de los aviones a chorro de la escuadrilla acrobática de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que rompían con estruendo de trueno la barrera del sonido para perderse sobre la sierra de Managua y volver rasantes sobre el lago. La visión de Clarita Parodi en traje de montar negro, encabezando un desfile hípico en la calle 15 de septiembre, el cabello rubio, peinado al estilo de Eva Perón, bajo las alas de un sombrero cordobés.
El rosario viviente en el Estadio Nacional, en honor del Cardenal Francis Spellmann, arzobispo de Nueva York, invitado por el viejo Somoza a visitar Nicaragua. Llegó al aula Gulliver en busca de reclutas, un alumno por lámpara eléctrica, de las miles que deberían irse encendiendo, misterio por misterio, hasta completar el rosario extendido en forma de corazón, y yo me ofrecí voluntario.
Los sábados esperaba con ansiedad a que Gulliver llegara a buscar a quienes querían confesarse en una sala de la segunda planta, con un padre capuchino de largas barbas, que irrigaba saliva al hablar y olía a trapos antiguos. Yo era de los primeros en alzar la mano porque así podía huir de la clase de geometría, y me entretenía en la fila que iba acercándose al capuchino mientras miraba maniobrar a los cadetes por encima del muro al otro lado de la calle, preparándose para el desfile marcial de cada domingo por la avenida Roosevelt, cuando iban a oír misa a la catedral al son de la banda de guerra…
Es la ciudad que se llevó para siempre el terremoto del 22 de diciembre de 1972.