
Sergio Ramírez
La catástrofe financiera ocurre en el mundo de verdad, no en los páramos virtuales, y el animal que anda suelto, y que apenas empieza su paseo, va a sembrar todavía mucha más ruina y destrucción según los pronósticos. Una catástrofe para la que abundan nombres: huracán, tsunami, terremoto, debacle. El economista Nouriel Roubini, profesor de la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York, que dio la voz de alarma hace tiempo, pero nadie le creyó, o los que se llenaban los bolsillos no quisieron oírle, dice que en los Estados Unidos no amenaza una recesión, sino que se está ya viviendo en ella; no un estornudo, sino un constipado, y que por tanto el mundo no va a resfriarse, sino a enfermarse de neumonía. Una pandemia.
Y Roubini, que anuncia sus profecías como en el viejo Testamento, siete plagas y algunas más, afirma que el miedo es lo que domina los mercados, un miedo cerval, que todo lo paraliza; quebrarán más bancos en el mundo y el estado va a tener que quedárselos; todo lo que intente hacer la banca va a deshacerlo la economía real; miles de empresas sanas se hallan bajo riesgo de ir a la quiebra, viene el desempleo masivo, y en el corto plazo el problema no será la inflación, sino la deflación, porque los precios en lugar de subir, van a caer en picada.
Tiempos bíblicos de vacas flacas.