Sergio Ramírez
Federico en su balcón es el testamento literario de Carlos Fuentes, no sólo porque es el último de sus libros, que se publicará en breve póstumamente, sino porque la novela nos deja una lección definitiva para aprender lo que él fue como escritor, y lo que como escritor seguirá siendo en el futuro. Un retrato hablado suyo, y un retrato múltiple, porque como narrador se multiplica en todos sus personajes, infundiéndoles aliento y pensamiento, y creando entre todos ellos esa contradicción espiritual y filosófica que siempre bulló en el alma de Fuentes, una dialéctica múltiple que abre interrogantes múltiples, sin intentar respuestas aguafiestas. Es lo que siempre hizo a lo largo de su vida y de sus libros, interrogar, cuestionar, abrir la ventana, asomarse, agarrar las verdades establecidas por el rabo y hacerlas chillar.
La última obra narrativa de Fuentes es el cierre de un ciclo de novelas sobre el poder que despunta en 1958 con La región más transparente, una coral de la ciudad de México donde hablan en contrapunto los opresores y los oprimidos; alcanza una de sus cimas con La muerte de Artemio Cruz en 1963, un gran retrato del caudillo enriquecido, sorprendido por el novelista en su lecho de agonía; seguirá en 1985 con Cristóbal Nonato, el niño que comienza a ser testigo presencial de la historia de México desde que se halla en el vientre de su madre.