Sergio Ramírez
El novelista Augusto Roa Bastos dejó dicho que Paraguay es una isla rodeada de tierra. Y aún más que eso, José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco, Supremo Dictador Perpetuo de la República, el célebre doctor Francia, convirtió al país a partir de la independencia en 1811 en un sepulcro sellado para quienes vivían en su territorio, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los cementerios. Lo sucedió su sobrino Carlos Antonio López, quien a pesar de su codicia, pues amasó una inmensa fortuna a la sombra del poder, hizo intentos de modernidad, y construyó nuevas líneas de ferrocarril y la primera fundidora de hierro que hubo en el cono sur.
Tras su muerte en 1862, el poder pasó a manos de su hijo Francisco Solano López, disoluto aficionado a las faldas, premiado por su padre con las insignias de brigadier a los dieciocho años de edad, y elevado a mariscal por un decreto que él mismo firmó ya presidente. Había sido enviado a Francia por su padre a comprar un cargamento de armas, y en París se enamoró de las pompas de Napoleón III, y de una irlandesa a quien se llevó de regreso consigo, Elisa Alicia Lynch, llamada por la gente "la Madama", pronto convertida en la más grande terrateniente de Paraguay, y quien ya viuda habría de morir sin embargo en la miseria.