Sergio Ramírez
Se acerca el día de muertos. Desde la alta valla publicitaria que se asoma a la calzada de Tlalpan, dulces Coronado te invita a probar sus calaveras de azúcar y amaranto, y la única imagen del anuncio es, precisamente, una calavera ornamentada en el hueso frontal que te sonríe con todos sus dientes. Pero luego tampoco te asombres. En la vitrina de Starbucks Coffee en un centro comercial, la sugerencia del día es el Pan de Muerto ("traditional sweet bread") para acompañarlo con un café macchiato, y del techo de una tienda para gente joven, al otro lado del pasillo, cuelga un esqueleto en ropa deportiva que calza unas zapatillas de correr Lacoste, mecido levemente por la brisa del acondicionado. Victoria Secret´s queda vecina. Sólo falta ver un esqueleto hembra luciendo un bra strapless de seductor encaje negro, con la salvedad de la falta de senos turgentes de los que en estas precarias circunstancias la dama, demasiado anoréxica, ya no puede presumir.
Frente a este alegre y despreocupado despliegue de familiaridad con la muerte, tan mexicano, las brujas narigudas de faldas de papel crepé montadas en su escoba, las cabezas de hule de Frankenstein, y ya no se diga las calabazas de un color naranja fosforescente, resultan tan inocentes como si Walt Disney mismo, rey de la fantasía sin consecuencias, fuera el custodio de los sueños más inocentes que puede deparar la muerte en esta disputa comercial por apoderarse de su reino de sombras.