
Sergio Ramírez
Después de asistir en Monterrey a la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo que preside García Márquez, salgo de México bajo la impresión de que ha estallado una guerra que deja ya, sólo en lo que va de este año, más de tres mil muertos.
Es una guerra en la que se valen batallas campales entre el ejército y bandas de narcotraficantes, pasadas de cuenta a bala viva entre sicarios de las propias bandas en disputa por el control de los territorios de la droga, asesinatos de alcaldes, ediles municipales, jefes locales de policía, procuradores y fiscales, periodistas, y de por medio, secuestros de empresarios de todo tamaño, o de sus familiares, para cobrar rescates, esto último una industria a veces independiente, y otras ligada a los carteles de la droga, y aún a las propias estructuras de la policía, infiltrada, a su vez, por los carteles.
Una guerra de varias bandas, a varias bandas, en la que los ciudadanos se sienten atrapados, víctimas también de asaltos en sus hogares y en plena calle. Salir por la mañana al trabajo, o para divertirse los fines de semana, se convierte en una verdadera aventura. La calle da miedo. Y lo peor es la indefensión ante la propia autoridad policial que también secuestra, extorsiona y mata.