
Sergio Ramírez
Quiero agregar una secuela a mis comentarios sobre la violencia en Guatemala, y la recién instaurada pena de muerte. Esta última será aplicada, no a través de los métodos primitivos que se pensarían en un país donde faltan los recursos esenciales para la salud y la educación. Ni el paredón de fusilamiento, con balas al fin y al cabo baratas, ni el menos barato procedimiento de la horca, donde solamente se precisa de una cuerda y un tinglado. Como en muchas otras cosas, en América Latina, aquí también copiamos la tecnología de última generación: los condenados a muerte serán ejecutados por medio de una inyección letal, en uno de esos recintos asépticos que solemos ver en las películas de Hollywood, y que se parecen al interior de las cápsulas espaciales.
La cámara de ejecuciones se encuentra localizada en la Granja Penal de Rehabilitación Pavón, distante 26 kilómetros de la ciudad de Guatemala, y se inauguró en el año 2000, como una manera de anunciar que el nuevo siglo traía la modernidad dejando atrás a la escuadra de fusileros, que, según la tradición, al momento de situarse frente al reo, recibe uno de ellos, al azar, una dotación de balas de salva para paliar así los cargos de conciencia.