Sergio Ramírez
Cuando en 1998 gané junto con el novelista cubano Eliseo Alberto el Premio Alfaguara de Novela, cumplimos con una gira maratónica que comenzó en marzo en Madrid, y terminó en diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En Estados Unidos nos tocó Los Ángeles, Nueva York y Miami, que fue la última estación. La mañana que comenzaban nuestras presentaciones en Miami, nos reunimos para el desayuno en el hotel de Coconut Grove, donde recalábamos, con la agente de relaciones públicas contratada por Alfaguara para organizar el programa de entrevistas; y cuando lo puso sobre la mesa descubrimos que las radios donde íbamos a ser entrevistados eran todas militantes furibundas del exilio anticastrista.
Lichi, como conocemos sus amigos a Eliseo Alberto, el autor de la esplendida novela Caracol Beach, ganadora del concurso, es un hombre tranquilo y divertido, desbordado de ingenio en cada historia que cuenta, pero esa vez, al no más hojear el programa, me di cuenta de que había perdido bastante su buen humor y su serenidad, y se negó rotundamente a participar de las entrevistas. Alegó vehementemente que conocía toda aquella pelotera, de la que nunca lograría salir bien parado.
Yo no entendía mucho sus razones. Había publicado no hacía mucho un libro muy conmovedor, Informe contra mí mismo, que contaba su historia personal con la revolución, centrada en un hecho que marcó su vida, cuando la Seguridad del Estado le ordenó espiar a su padre, el poeta Eliseo Diego, y presentar reportes sobre lo que hacía y quién lo visitaba.
Pensé que aquel libro era credencial suficiente para aplacar a cualquier periodista radical que quisiera enrostrarle afinidades o benevolencias con el gobierno de Cuba, pero él se mantuvo en sus trece, y me dejó a mi en la sin remedio de comparecer en las emisoras insignia del anticastrismo de Miami, empezando por Radio Martí y Radio Mambí, una carga que sin dudas yo estaba peor preparado para sobrellevar, desde luego que venía de ser protagonista de una revolución afín a la cubana, y a la que aquellas mismas emisoras habían adversado a muerte.
Pensé también que aquella experta en relaciones públicas había errado el tiro al creer que gracias a aquellas entrevistas se venderían muchos ejemplares de las novelas premiadas, y no dudé que los temas se alejarían de inmediato de la literatura, para pasar al de la política, como bien temía Lichi. Pero del otro lado estaba la editorial, que nos había traído hasta Miami en una gira que apenas iba a la mitad. Y me fui con la experta, solitario y desvalido, a cumplir con mi destino de novelista en gira promocional.