
Sergio Ramírez
En el barrio napolitano de Ponticelli, enmascarados armados de palos y provistos de latas de gasolina asaltaron hace poco las míseras viviendas de una colonia de gitanos rumanos y les prendieron fuego, poniendo en fuga a los 500 habitantes que vivían allí repartidos en cinco campamentos. La razzia fue encabezada por la camorra, la célebre organización mafiosa de la Campania, que azuzó a los vecinos después que una muchacha gitana había sido acusada del intento de robar un niño de pecho.
Después, en el colegio del barrio, regentado por los salesianos, los profesores pidieron a los niños que describieran lo que habían visto. La mayoría relató con júbilo la operación hecha por sus padres, y uno de ellos escribió que el asunto es que los gitanos se han pasado de la raya: "porque parece que los niños que roban los usan para pedir limosna, o se los venden a parejas sin hijos, o para transplantes de órganos".
El nuevo gobierno de Berlusconi ha proclamado la "emergencia gitana", que empieza por censar a todos los de esa etnia que viven en campamentos, con lo que agita el rencor xenófobo de adultos y de niños no sólo contra los gitanos, sino contra toda clase de extranjeros que son vistos como una amenaza porque son diferentes. No tienen las mismas costumbres, ni son católicos, ni se visten de la misma manera, ni hablan el italiano. Son los otros, los indeseables, los contaminados. Guerra contra ellos.