
Sergio Ramírez
La vieja catedral de Managua levanta aún sus torres gemelas frente a la ciudad que echó por tierra en apenas unos segundos el terremoto de la madrugada del 23 de diciembre de 1972, hace 35 años. La fecha de aquel cataclismo que mató a cerca de 20.000 personas e hizo desaparecer para siempre a la capital de Nicaragua (porque la que existe hoy es otra y distinta, si es que existe) se celebra siempre con recordatorios de los que se dedican a los seres queridos en las fechas de su muerte.
Uno de esos recordatorios ha sido la ceremonia de reinstalar el reloj de cuatro carátulas en una de las dos torres de la catedral, que se había quedado marcando para siempre la hora fatal del sismo, las 12.26 de la madrugada, y que había sido fabricada por una firma alemana; las piezas fueron rescatadas de manos de diferentes coleccionistas, y de antiguas bodegas, no para que funcione de nuevo, sino para que se quede otra vez con sus agujas fijas, marcando la hora luctuosa. He visto en la televisión al embajador de Alemania, Gregor Koebel, quien hizo la donación, reinaugurando el reloj muerto.
Muchos edificios de la entonces arquitectura moderna de Managua perecieron con el terremoto, pero la catedral de estilo neogótico diseñada y construida en los años treinta del siglo pasado por el ingeniero francés Paul Dambach, e inspirada en la iglesia de San Sulpicio de París, sobrevivió por segunda vez. Cuando la ciudad cayó la primera vez bajo las sacudidas del terremoto del 31 de marzo de 1931, en las viejas fotos se la pueda bajo aún en construcción, la armazón de acero de sus torres dibujando su perfil contra el cielo.