Sergio Ramírez
En América Latina, para entrar en los desafíos de la postmodernidad, tenemos que resolver
primero los de la modernidad. En términos políticos, y de organización social,
de parámetros de educación, de irrestricta libertad de prensa, no somos aún
modernos. Y la modernidad sigue siendo el sueño no resuelto de los fundadores
republicanos, cuando dieron a la independencia un sentido de progreso. Quizás
sería mejor decir que en lugar de resolver nuestro acomodo en el siglo
veintiuno, deberíamos terminar de entrar primero en el siglo veinte, que ya
pasó. Y algo más. Revisar nuestros sueños del siglo diecinueve, y hacer cuentas
de cuántos de ellos se quedaron en el papel. Legalidad, instituciones firmes,
respeto de los derechos individuales, a la opinión de los demás; la tolerancia
como norma del ejercicio del poder.
En el texto de nuestras constituciones decimonónicas tocamos con las manos la utopía
nunca resuelta. Podemos leerlas como novelas, fruto de la imaginación. Nuestras
mejores novelas. La modernidad se nos ofreció en el siglo diecinueve
en su parafernalia más atractiva, buenas constituciones, gobiernos
democráticos, educación para crear ciudadanos capaces de afrontar el progreso,
sociedades integradas hacia adentro, libertades públicas irrestrictas. Pensar,
escribir, aunque lo escrito cause disgusto a quien tiene el poder.