Sergio Ramírez
México ha celebrado este año el bicentenario de su independencia y el centenario de la revolución, una coincidencia que parece astronómica, como si dos cuerpos celestes cruzaran sus órbitas en el cielo encendido por los juegos pirotécnicos que seguirán estallando por todas partes, hasta que el calendario consuma esta doble celebración singular. Y qué historia más admirable y contrastada la de México, por lo que bien vale repetir la vieja cantinela de que como México no hay dos.
Es un cura aguerrido, Miguel Hidalgo y Costilla, el que hace sonar la campana de la historia en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre de 1810, y proclama la independencia empezando la campaña libertadora, para ser fusilado en Chihuahua por los realistas al año siguiente; mientras tanto otro cura, José María Morelos, se levanta en armas el mismo año de 1810 en Michoacán, y tras dar batalla es juzgado por la Inquisición y ejecutado en San Cristóbal Ecatepec en 1815. Rebeldes al poder, el poder los enterró para que resucitaran después en los libros y en la memoria.
Hubo muchos patriotas en la guerra de independencia, pero la historia es una deidad celosa y sólo escoge a unos pocos para ser recordados, o encumbrados por encima de los demás. La historia real, que se escribe en la memoria colectiva, se guía por el sentimiento popular que no hace casos muchas veces de la historia oficial. Cuando se habla de la independencia de México las figuras que arden en el recuerdo de la gente son las de Hidalgo y Morelos, mientras los nombres de los demás se reparten en multitud de calles, plazas y algún monumento, subalternos a ellos dos.