
Sergio Ramírez
La Dirección de Asuntos Religiosos de Turquía, conocida como la Diyanet, una especie de policía moral, ha establecido una ordenanza que manda a las mujeres de cualquier edad a abstenerse de usar perfumes porque las fragancias envasadas incitan a los hombre al pecado. "El Altísimo Mahoma no consideraba con gentileza a las mujeres que utilizaban perfume fuera de su casa", dice el mandamiento, con lo que, ya se ve, una mujer que se perfuma y acicala dentro de los límites de las paredes de su casa, para placer de los sentidos de su esposo, queda fuera de sanción, sea o no que a él le guste oler perfumes.
Salir perfumada a la calle es entonces inmoral. Según la Diyanet, la razón es que las mujeres están obligadas a cuidarse de no incitar a los hombres, como depositarias que son del pecado, ya que por naturaleza, establecen los teólogos policías, segregan estimulantes sexuales igual que una araña segrega los hilos en que atrapa a sus víctimas. Y no sólo dejar de perfumarse. El comportamiento en público de las mujeres debe se de manera tal que no despierte ideas equívocas en algún varón desconocido. Ni miradas aviesas, ni sonrisas tentadoras. La cara de piedra es la mejor defensa para no hacer a nadie pecar, así como los jugadores de póquer que no mueven un solo músculo de la cara para no descubrir su juego.
Deben, por tanto, taparse los encantos, seguramente tobillo arriba, ya que los tobillos suelen ser no pocas veces por sí mismo atractivos, cosa que no puede afirmarse siempre de los pies. ¿Y qué decir de una mujer que se queda sola con un hombre que no es ni su hermano, ni su padre, ni su esposo, haciendo trabajo extra en la oficina, o sentándose a tomar un café aunque sea a la vista pública? Grave delito también.
El pecado perseguible de oficio, en un país que aspira a entrar en la Unión Europea.