
Sergio Ramírez
Mientras espero en la oficina bancaria en Managua confortado por el suave hálito del aire acondicionado mientras afuera llueve del cielo el fuego de marzo, tomo de la mesa el folleto plegable que invita a hacerse de una tarjeta de crédito. Como es verano, y temporada de playa, el folleto viene ilustrado en la portada con la foto a colores de unos bañistas juveniles que corren por la arena; ella, a horcajadas de él, se le agarra al cuello con una mano, mientras con la otra se sostiene el sombrero que el viento amenaza arrebatarle. Todo es alegría y sonrisas en la foto.
Los colores han desaparecido de la siguiente página para dejar paso a menudas letras impresas en negro. Se trata de preguntas que responder, agregando una cruz en las casillas correspondientes al sí y al no. Leo:
¿Ha padecido usted o ha sido informado que padece de diabetes, cáncer o tumor, presión sanguínea alta, enfermedades del corazón, del cerebro o del sistema nervioso o cualquier otra enfermedad no comprendida en esta pregunta?
¿Adolece de mutilaciones, deformaciones o defectos físicos?
¿Ha estado usted interno en un hospital por una operación a causa de enfermedad o accidente?
La joven que había ido a buscar unas firmas regresa. Y cuando salgo a la calle entiendo que la pareja que corre por la playa en la foto que ilustra la portada del folleto, no es sino inmortal, y por tanto, saludable y bella para siempre, sin enfermedades graves, mutilaciones, deformaciones o defectos físicos. Cenarán esta noche a la luz de las candelas, tostados por el sol, y él sacará su tarjeta con un gesto elegante para pagar. Es el olimpo.