
Sergio Ramírez
Pero si de ambientes irreales verdaderamente se trata, habría que hablar de Corea del Norte, por ejemplo. Estuve en Piong Yang en la década de los ochenta, en tiempos del Gran Líder, el camarada Kim Il Sung, al que ha sucedido su hijo Kim Yon Il, para entonces llamado el Querido Dirigente.
Cuando un visitante oficial es recibido con honores en el aeropuerto, tras una valla hay centenares de trabajadores traídos en autobuses que saludan con banderitas del país anfitrión y del país visitante, todos ellos, si son hombres, vestidos con trajes del mismo color. Uno imagina que cuando la caravana que lleva al visitante ha partido, toda aquella comparsa que le ha dado la bienvenida deberá entregar tanto las banderitas como los trajes a quienes los dirigen, como ocurre en las representaciones teatrales con los extras.
En la televisión se pasan todo el día películas en esos colores encendidos del Mago de Oz, contando la vida heroica del Gran Líder, que ya lo era desde su infancia, y también abundan los musicales sobre sus hazañas de guerra, con melodías del Hollywood de los años cuarenta del siglo pasado. En los cines, ocurre lo mismo, películas sobre el Gran Líder. En el teatro, puestas sobre el Gran Líder. Y en los suntuosos recintos de la ópera, colmados de un público disciplinado que aplaude como bajo órdenes invisibles, todos luciendo en el pecho, o en la solapa, un retrato de latón del Gran Líder, que vigila desde todas partes, tanto que, como ven, siempre está presente en las letras de las canciones, en los guiones de cine, en los argumentos de las piezas teatrales, y en las voces de los tenores y de las sopranos que loan sus glorias por siempre amén.