Sergio Ramírez
Cuando uno se adentra en la edad provecta −palabra esta a la que siempre temí, pero ahora debo afrontar− debe cuidarse mucho de no aislarse del mundo que sigue andando alrededor con su vértigo de siempre. Saber atrapar el presente y no convertirse uno mismo en pasado; y, primero que nada, buscar entender lo que nos parece extraño. “No sea yo viejo gruñón, ni avaro, ni enteramente viejo”, nos recuerda el poeta nicaragüense Salomón de la Selva. El martilleo discordante del reguetón y sus letanías monocordes, los influencers que se alimentan de likes o perecen, o los narradores de Tik Tok, un universo donde todo ocurre en la superficie y es instantáneo.
Parece poco intelectual hablar de Tik Tok, pero es allí donde está la trampa que te pone la inmovilidad del aislamiento, que te lleva a ignorar o a desdeñar lo que de lejos te parece banal. Pero lo que rechazas por vano y superfluo no es más que una repetición del pasado con distintas vestiduras, porque el tiempo vuelve a cerrarse siempre sobre sí mismo, si creemos a Borges, quien a su vez creía en Pitágoras.
Entre los tiktokeros existen los “creadores de contenido”, contadores de historias por medio de videos en series de varios capítulos breves. Narrar es tan viejo como el mundo. Creamos historias y nos atrae escucharlas, estamos hechos para eso; no podemos vivir sin la invención. Cada vez que nos cuentan algo ficticio, o que ha ocurrido en realidad, distintas áreas del cerebro se ponen en alerta, y gracias a un enjambre de conexiones neuronales se activan los circuitos que despiertan la memoria y el estado de atención, y otros, que al escuchar lo que oímos relatar, estimulan nuestras emociones: odio y amor, rechazo y empatía, venganza y perdón.
Siempre que nos sentamos en una butaca de la sala de cine, mientras le película va mostrándonos a los buenos en conflicto con los malos, nos identificamos con los buenos y deseamos el castigo de los malos. Si cuando encienden las luces los malos no fueron castigados, nos embargo un sentimiento de frustración. Las historias que se cuentan en Tik Tok, todas están basadas en ese conflicto primario y elemental del bien contra el mal. El premio a los buenos y el castigo a los malos.
Ese conflicto es uno de los ejes centrales de toda narración, junto con los obstáculos que se interponen reiteradamente en el camino de los protagonistas, que en el viaje de sus vidas ansían llegar a su destino, donde les espera la calma y la felicidad. Desde la Odisea a los folletines que se alargaban infinitamente, y que fueron a dar a la literatura de cordel, y luego a las radionovelas, a las telenovelas, y finalmente a las series del streaming. Su versión sintética, o encapsulada es la del Tik Tok.
Hay creadores de contendido con mucha audiencia, que llegan a disponer de sus propios equipos de producción, y alcanzan a “monetizar” millones, en la medida en que sus audiencias crecen y se vuelven rentables, igual que los influencers de éxito. Pero los que me interesan son los creadores caseros, que son a la vez guionistas, camarógrafos, directores de escena, productores, y forman parte del reparto de actores; algunos actúan con sus cónyuges en la vida real, convertidos así en parejas de ficción. Los escenarios son las cocinas y las salas de estar de sus propias casas, o las calles de la vecindad, sus ambientes de trabajo, los lugares que frecuentan, y en los episodios se entremezcla la vida cotidiana. Es un arte doméstico que busca audiencia, y tampoco sobrevive sino la tiene.
Los argumentos discurren lejos de complejidades. Uno muy típico es el de la nuera egoísta que tiene como huésped temporal a su suegro, caído en desgracia económica, al que trata muy mal al punto de negarle comida, y pone al marido en la disyuntiva de escoger entre ella y el padre. El espectador debe escoger también.
Otro es el del anciano al que se le niega acceso a un restaurante de lujo debido a su apariencia de pobreza, hasta que aparece su hijo, el dueño del lugar, y de toda una cadena de restaurantes, un deus ex machina que termina despidiendo a los que han humillado a su padre, y nombrando gerente a la humilde mesera, única en haberlo defendido. Justicia cumplida.
La regla de oro del creador de contenido es apelar a las emociones, igual que hoy en día la regla de oro del populismo de extrema derecha es apelar a las emociones, y no a las ideas. Despertar el miedo al extranjero es una de esas emociones primarias de las que tanto se echa mano.
Al menos, las series instantáneas de Tik Tok buscan que el espectador se identifique con los humillados por su condición, o apariencia de pobres. Y aunque los argumentos sean simples, no deja de ser un arte meritorio poder contar el capitulo de una historia en un minuto, y hasta en treinta segundos.