Sergio Ramírez
Me pregunta en Facebook un joven estudiante reticente a los libros, si le puedo aconsejar cómo hacer para no aburrirse leyendo. Le he escrito que lo primero que debe aprender es a diferenciar entre aquellos libros que aburren, y los que no. Y para eso no tiene más remedio que experimentar, abriendo las páginas de un libro divertido e intrigante, que los hay, y muchos, y meterse de cabeza dentro de ese mundo imaginario donde todo es verdad y al mismo tiempo todo es mentira, pero que al mismo tiempo despierta risa, y curiosidad.
En mis tiempos del colegio, dudaba en abrir un libro que el profesor me habían puesto a leer como tarea porque temía aburrirme. Y si por fin empezaba, es probable que tras un buen rato de honrado intento por seguir adelante los párpados se me cayeran de sueño, porque la lectura trabajosa me había narcotizado en lugar de despertar mi interés en saber qué ocurriría en la página siguiente.
El amigo estudiante que me pregunta debe aficionarse a los libros entretenidos, aquellos que podemos leer volviéndonos cómplices del escritor: los libros que nos intrigan, que nos deparan sorpresas, que nos divierten, que nos causan risa. Que haya libros que no nos interesen, es muchas veces culpa de quienes nos los ponen como lectura, porque no saben explicarnos bien qué placeres vamos a encontrar en ellos. O deberían decirnos: de este libro que es un bodrio, no leerás.
El Quijote, por ejemplo, que puede asustarnos por su peso y volumen, no es un tratado de ideas filosóficas, ni un manual de buen comportamiento, ni un texto de gramática, sino un libro lleno de situaciones cómicas y disparates con el que podemos pasarnos riendo una tarde entera, pues se trata nada menos que de la historia de un hombre cualquiera, serio y bien portado, que de pronto pierde la cabeza y le entra la locura de andar por los caminos, montado en su flaco caballo Rocinante y armado de un escudo y una lanza, desafiando a duelo a gigantes malvados que sólo existen en su mente.
Va en busca de aventuras, disfrazado como los caballeros andantes, personajes que para entonces ya hace tiempo habían dejado de existir, o nunca existieron. Es como si alguien saliera hoy a la calle vestido de El hombre araña, y quisiera escalar las paredes, o de Supermán, y pretendiera volar por los aires. Y no sólo reta gigantes. Prueben a leer el capítulo donde obliga a liberar a un león que llevan a un zoológico del rey, porque se cree el más valiente entre los valientes, y ya sabrán cómo termina esa aventura, una de las tantas que sale a buscar, y siempre termina por hallar a lo largo de su camino.
Hay dos cosas que rara vez se suman en un novelista: que sea muy bueno como escritor, y a la vez que sea muy popular. Lo consiguió Cervantes con El Quijote, que fue un best-seller en su tiempo, como lo afirma uno de los mismos personajes de la novela, el bachiller Sansón Carrasco, en la segunda parte, una vez que la primera ha sido leída, releída, y traducida a muchos idiomas: "los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote".
Le he dicho a mi amigo de Facebook que pruebe con El Quijote, que en lugar de ser un libro culto, es un libro popular. Que se salte los sonetos que están al comienzo; que no es obligatorio leer el primer capítulo, ya volverá después a él; y que vaya directamente al episodio del león, o a aquel otro donde el caballero andante termina creyendo que todo lo que se representa en el retablo de Maese Pedro es cierto (que es lo que debemos hacer como lectores siempre, creer que lo que se nos cuenta en una novela es verídico y que así mismo sucedió), y por eso descabeza a los títeres mandoble en mano, y los hiere mortalmente a cuchillada limpia, tomándolos por enemigos.
Esa es la mejor manera de leer. Y le digo a mi amigo estudiante que una vez que haga la prueba, me escriba de nuevo y me cuente cómo le fue.