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Alas al moscardón

Por 27 de noviembre de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Sergio Ramírez

Gabriel García Márquez dice que la ética en el periodismo no es una condición ocasional, sino que debe acompañarlo siempre como el zumbido al moscardón. Y no hay que olvidar que ese moscardón necesita alas para su vuelo inquietante. No hay ética sin alas para el vuelo.

Es necesario asumir el desafío de los profundos cambios tecnológicos en la comunicación, los de este valiente mundo nuevo que apenas empieza a ser explorado; y hacer al mismo tiempo que la revolución digital sea una revolución democrática, que multiplique las oportunidades de informar e informarse. Que los espacios electrónicos que hasta hace poco apenas podíamos imaginar, puedan ser aprovechados de manera atrevida y creativa, y defender su libre uso frente a las pretensiones de restringirlo.

Defender la palabra, para que impere el poder de la palabra. De este modo, la pregunta clave que debemos plantearnos no es si morirán los medios impresos de información, sino, si morirá el espíritu de libertad de la información, acosado por aquellos que ven en la difusión de las ideas una amenaza, como en el pasado.

Cuando el poder no es democrático busca pretextos para imponerse, alegando con alevosía valores tradicionales que se basan en la defensa de la soberanía, la seguridad nacional, la seguridad ciudadana, la paz social, el bienestar popular, la moral pública. Y peor que todo eso, cuando se trata de imponer una ideología única. Viejas formas de intolerancia en odres nuevos. El espacio de la red cibernética llena de susto a los custodios de la fe única porque se trata del espacio más libérrimo que ha existido nunca.

Que cada quien pueda abrir desde su casa un espacio de opinión que a la vez genera opiniones de quienes leen;  emitir mensajes que convocan a miles a debatir y manifestarse, manejar su propia emisora de radio, su propia estación de televisión digital, su propio periódico o revista, publicar un libro volviéndose su propio editor, son cosas  que comienzan a ser temidas y amenazadas, bajo los mismos viejos alegatos de abuelitas asustadas o de tías solteronas púdicas calzadas con botas militares.

Uno de los monumentos más impresionantes erigido en contra el fanatismo, está en la plaza de Opera en Berlín, donde los nazis quemaron miles de libros. Uno se asoma a una ventana que se abre en el pavimento, y lo que mira son estantes vacíos. El vacío es lo único que satisface a la represión contra la libertad. Y está allí inscrita una frase de Heinrich Heine que nunca debemos olvidar: "donde se queman libros se acaba quemando personas".

Libros, periódicos, revistas, espacios virtuales de información. Todo puede llegar a ser quemado. Todo entra en el ámbito de defensa de la libertad de expresión, amenazada por regímenes de inspiración mesiánica, que convierten la intolerancia en parte esencial de su credo, y persiguen todo lo que se opone a sus dogmas.

Pero hay otra clase de poderes que también nos amenazan, los del crimen organizado, que asesina periodistas como podemos verlos con aterradora frecuencia en diversos países de América Latina. Muchos de ellos son de medios de provincia, y si en su mayoría no tienen renombre, tampoco tienen miedo. Sin esa disposición valiente a cumplir con su oficio, el periodismo concebido en su dimensión ética  no existiría. Y es a ellos a quienes debemos recordar a la hora de vencer las tentaciones de plegarnos a la comodidad de la autocensura, de ceder a las presiones para no escribir lo que debemos.

Hagamos posible un periodismo independiente que tenga la valentía de investigar a  los poderes públicos y privados, legales e ilegales, que meta el dedo en las llagas de la corrupción y de los abusos, para que  nuestras  sociedades estén cada vez mejor informadas, y por lo tanto sean más democráticas y tengan mejores posibilidades de desarrollo, de justicia y de equidad.

Hay que darle alas al moscardón de García Márquez, para que cumpla su vuelo inquietante al oído de quien escribe, y de quien lee.

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Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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