Sergio Ramírez
Con toda nostalgia pongo punto final al tema de Oscar, paradigma de los gatos, o como diría Cervantes, honra y prez de la gatería andante. Para un gato ayudar a un anciano morir, es tanto como desfacer un entuerto, que es a lo que se dedicaban los caballeros andantes, socorrer a los desvalidos.
Lolichka me ayuda a aclarar en su mensaje, que Oscar no es ningún visitante extranjero a las camas de los ancianos moribundos del Centro de Reposo y Rehabilitación de Providence, sino que vive allí mismo desde recién nacido, y que también suele dar la bienvenida a los residentes cuando llegan por primera vez.
Es, pues, un gato casero, lo que hace que sus funciones de ángel de la muerte puedan ser vistas desde dos ángulos diferentes: uno, como un viejo empleado amable del asilo, que ha crecido allí, al que todo mundo le tiene confianza, y que por eso recibe cordialmente a los que llegan, y así mismo se acerca a sus camas para despedirlos cuando se van. Y dos, como un gato artero, que se aprovecha de la confianza recibida para subirse abusivamente a la cama de quien él mismo ha señalado como candidato al viaje final, asumiendo un papel odioso que nadie le ha dado.
Hasta la vista, Oscar.