Rafael Argullol
Rafael Argullol: Uno de los precios de la idolatría es la amnesia, le pérdida de la memoria, y por esto el idólatra carece de ésta al adorar constantemente nuevos ídolos.
Delfín Agudelo: ¿Pensarías que esta pérdida de la memoria y constante variación del ídolo implicaría que ya no tengamos ningún tipo de mitología? Hablabas del hiperracionalismo: ante tanta variedad y cambio, ante una satisfacción que nos obligamos a tener, ¿dónde queda parte de ese mundo que te guía más hacia un bienestar propio o realización?
R.A.: Fíjate que una de las dificultades en las que nos encontramos en este mundo es la complejidad y lo arduo que es la construcción de mitos propios. Pienso que la existencia, a medida en que pasan los años, está formada tanto por nuestros actos empíricos cuanto por aquellos mitos que nosotros vamos creando alrededor de estos actos. La libertad es construirse a uno mismo, y uno se construye a través de sus acciones, elecciones, y también su capacidad para crear un mito personal -un universo imaginativo y mítico personal-, cosa que hacemos desde la infancia. En la medida en que existe una gran presión ambiental- en cierto modo uniformadora, idólatra-idolátrica-la cual tiende a ofrecerte mitos exteriores que de alguna manera son para ti, para mí y para mil personas más las mismas. En esa misma medida más dificultad tiene el individuo para crear sus propios mitos personales, sobre todo si eso llega a exacerbarse hasta el punto de que es una invasión del horizonte imaginativo.
En los últimos tiempos me llama mucho la atención que la publicidad o la propaganda -porque a la publicidad siempre la llamo propaganda, que muchas veces está evocada en los mecanismos totalitarios de propaganda que se inventaron en el siglo XX-tiende a abarcar todas las esferas. Hubo un momento en que la publicidad se ocupaba del aspecto vinculado a lo económico o social; ahora ha incorporado también aspectos supuestamente metafísicos o espirituales. Últimamente, por ejemplo hay una publicidad que quiere sintetizar lo que fue Mayo del 68 a través de la consigna "Sed realista, pedid lo imposible". Esto quiere decir que la publicidad que en el fondo es la gran oración idolátrica de nuestra época, la que comparten masas inmensas y la que en cierto modo es creada por los sacerdotes de nuestros días, tiende a invadir la propia imagen individual y tiende a usurpar tu propia libertad para crear tus mitos. Y claro, eso se hace con una tecnología masiva sin precedentes. Si nosotros queremos comparar no es lo mismo suscitar la idolatría del becerro de oro o las idolatrías de sectas que podían tener diez, cien o mil sectarios, que las idolatrías actuales que a través de estas oraciones propagandísticas y colectivas pueden abarcar fulminantemente al mismo tiempo en los cinco continentes las mismas informaciones y al mismo tiempo reciben las mismas interpretaciones míticas. Reciben la realidad y el sueño, o la realidad y el mito, en forma inmediata y simultánea. Esto es lo que podríamos llamar nuestra idolatría a comienzos del siglo XXI; si bien es cierto que guarda conexiones con todo lo que ha sido la actitud idolátrica a la cual ha sido proclive el ser humano en todas las épocas, está regida por unos mecanismos completamente nuevos, sin precedentes en cuanto a su poder de intervención.