Rafael Argullol
11 de mayo de 1968. En París. (…) Yo he ido a parar al Museo de Cluny y, aunque no albergaba intención alguna de visitar un museo, he agradecido que estuviera abierto. No tenía ni idea de lo que podía encontrar en su interior. Las salas estaban vacías, lo cual me proporcionaba la sensación de visitar un castillo o un monasterio recientemente abandonado por sus habitantes. He recorrido las estancias con rapidez, más atento a lo que podía estar sucediendo en el exterior que a los objetos que se presentaban a mi vista.
Sin embargo, el unicornio me ha detenido de golpe. Nunca me han gustado demasiado los tapices. Aquello era especial. Jamás había visto unos tapices tan delicados. El conjunto, con la historia del unicornio, me ha causado un efecto extraño. No he entendido el significado, quizá porque desconozco la leyenda en que se inspiran los tapices. Tampoco me ha importado, puesto que lo que verdaderamente era cautivador era el propio unicornio. El unicornio prisionero, el unicornio herido, el unicornio que descansa su cabeza en el regazo de la princesa. He estado mucho rato contemplándolo. Afuera todo iba a una velocidad incontenible, mientras dentro, ante el unicornio, el mundo estaba completamente detenido.
Visión desde el fondo del mar, pgs. 453-454